
Aún sostenía la hoja de papel y la lapicera de pluma, que ella le había regalado muchos años atrás, en la mano temblorosa.
Dejó la lapicera y la miró.
No lograba verla muy bien, los ojos se le habían nublado después de leer aquello. Pero pudo distinguir que ella se movía, se levantaba del sillón cerca de la estufa, y caminaba hacia él con el brazo extendido, como pidiéndole que soltase el telegrama.
Valentía, se dijo el hombre, eso necesito. Valentía para decírselo.
Él había sido muy valiente de joven. Se vio a sí mismo en una autopista y se sonrió ante la imagen: disfrutaba tanto de la velocidad… Y aquella autopista era tan distinta... Muy distinta de este océano en el que empezaba a sumergirse.
"Océano", de Claudia Cortalezzi
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