Publicado en "Vidas breves", suplemento Cultura, diario Perfil, el 13 de enero de 2013.
Ilustrado por Marta Toledo
Comparado
muchas veces con Cantinflas y Chaplin, Juan Carlos Altavista se metió para
siempre en el corazón de la gente.
Desde
sus inicios en el Teatro Infantil Lavardén, hasta el final de su larga carrera,
participó en unas sesenta películas, y compuso decenas de personajes. Pero, sin
duda, varias generaciones de argentinos recordamos con ternura a su Minguito
Tinguitella, aquel ciruja cartonero ideado por Carlos Chiappe.
Con
humor simple y chistes sanos, lenguaje entre lunfardo y chamullo, Minguito se hizo
querer mientras hacía reír. Entró en cada casa, vistiendo aquel inconfundible
atuendo heredado de su padre, el tornero Juan: sombrero ajado, pantuflas y
bufanda a cuadros. Y el infaltable escarbadientes en la comisura de la boca.
Minguito era descendiente de italianos, soltero, peronista, hincha fanático de
Boca Juniors. Y profesaba un amor sublime a su madre: “la viejita”. Tenía una desvencijada camioneta, a la que llamaba la Santa Milonguita,
donde cargaba su recolección de basura de la quema.
El
mismo Altavista dijo en un reportaje: "Me puse ropas de él. Su sombrero,
el saco, la camisa, el echarpe, un cinto grueso de cuero. Y le agregué
zapatillas de paño y palillo en la boca".
Tal
fue la simbiosis del personaje con el actor que el monolito a Juan Carlos
Altavista, en la Plaza F. F. De Amador —en Olivos, donde pasó sus últimos años—,
es un recordatorio de su entrañable Minguito. Porque fue él quién
llevó su nombre a la popularidad y lo colmó de aplausos. Aunque también alejó a
Juan Carlos Altavista de un reconocimiento como actor dramático.
Minguito
se sumó a “Polémica en el bar”, una sección del programa televisivo Operación Ja Ja. Luego, Polémica
en el bar se presentó como programa autónomo. En ese momento, Minguito
cambió su vestimenta: un homenaje simbólico de Altavista a su propio padre, a
quien no pudo acompañar en el momento de su defunción.
Su participación en aquella mesa redonda —junto a Fidel Pintos, Javier
Portales, Vicente La Russa, Mario Sánchez, Adolfo García Grau; y más tarde, Jorge
Porcel, Julio de Grazia, Rolo Puente, Gerardo Sofóvich y Mario Sapag— ilustraba
al tipo de barrio. O “rioba”, como diría Minguito. Él protagonizaba uno de los sucesos más esperados de la
polémica: la infaltable pelea entre el hombre de clase media, García Grau, y el
de clase baja.
Muchos de los espectadores lo recordarán por sus
“frases célebres”, como ¡Que hacé, tri tri!; Hay
que levantarle un manolito…; Sí, señó y Ségual.
Otros lo recordarán sacando millones de papelitos de sus bolsillos.
Pero
más allá de los libretos, lo sobresaliente en el trabajo actoral de Altavista fue
su espontaneidad única. Era un gran observador de la gente común. Copiaba
algunos gestos, inventaba otros.
Minguito Tinguitella también era Periodista “Ascrito” a
la Biblioteca, y hacía reportajes para La
voz del rioba. Lo acompañaba El Preso —Vicente La Russa— como fotógrafo
oficial. Lograron memorables encuentros con: Maradona, Mercedes Sosa, Monzón,
Sandro, Sergio Denis, Gabriela Sabatini, Lola Torres con toda su familia, entre
otros.
Formó una dupla inolvidable con Juan Carlos
Calabró: Mingo y Aníbal.
Volviendo a Altavista, poco se sabe de su vida
privada. Había nacido en Buenos Aires, el 4 de enero de 1929, sufrió
taquicardias durante veinte años y falleció de una afección cardíaca un día del
amigo, en 1989. Había terminado de filmar las escenas del bar y se dirigía a la
grabación de “La familia” para su programa Vamos
Mingo Todavía.
Seguía casado con su primera mujer, Raquel
Álvarez, con quien tuvo tres hijos: Maribel, Ana Clara y Juan Gabriel. Juan
Carlos había dicho, dos años antes de morir: “Mi mujer, sinceramente, es lo más
lindo que me pasó en la vida”.
Igual que su personaje, Altavista supo ganarse
el eterno afecto de los argentinos.
Escrito por Claudia Cortalezzi
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