La costa se va, más y más, desprotegida.
Ya no son, se están evanesciendo:
raros animales de velada piedra, procelosas
efigies hostiles donde la corriente
bulle todavía, moribunda en la marisma.
Erguidos, óseos promontorios, arrecifes
como huesos corroídos por la niebla,
ominosas clavículas de flecha,
huevos y colmillos y rocosos
cráneos, destrozados, abandonados
en tortuosa profusión
por las orillas.
En tanto, pleno del esplendor de los océanos,
pleno del interno fanal de los abismos,
yo viajo por el mar en tu mirada,
yo viajo con vos por el mar
y en tu mirada canto.
Es como bañarse, despojado,
en toda la claridad
de todas las verdes aguas del mundo.
Así, la costa desmañada
se aleja más y más del horizonte.
Y nosotros, en celebratoria despedida,
vamos juntos, de la mano, hacia el amparo
de la perpetua luz. De la luz sin noche.
Marcelo di Marco
Texto en inglés en Ficciones argentinas
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