Olvidada (cuento), de Claudia Cortalezzi


 






Y entonces llegaron ellos
Serrat



Ella no se detendría por nada del mundo: seguramente el monstruo ya le pisaba los talones.
Todo por culpa del cofre, pensó.
Lo había robado del laboratorio de ciencias de la escuela, con ayuda de sus amigas. Y se había ofrecido a esconderlo en su casa. Pero lo había abierto sin esperar a que llegasen las demás.
¿Quién la había mandado a abrirlo sola?
Ahora, aquello que había salido del cofre, que en segundo se había hinchado hasta doblarla en tamaño, la obligaba a correr, a buscar un escondite.
Voces, gritos.
Gritos y otra cosa: un traqueteo metálico.
Ella se volvió —sin detener su carrera—, tropezó, y debió mirar rápido hacia delante. Pero había espiado lo suficiente. Detrás del monstruo, un grupo de hombres empujaba unas carretillas con enormes bateas. Ella conocía aquellas bateas: su padre —como todo el mundo en el pueblo— trabajaba en la fábrica de procesamiento de restos orgánicos —ella no sabía bien qué quería decir—, y le había revelado lo que guardaban en las bateas.
—Acá se almacena la harina de huesos —le había dicho.
—¿De huesos? —ella se había tapado la nariz— ¡Qué asco! ¡No se puede respirar!
Ahora le llagaba, cada vez más cercano, aquel vapor hediondo que brotaba de las bateas. Y —giró apenas para comprobarlo— de ahí salía algo más que el vapor: un polvo pesado, una masa informe que cobraba vida. ¿Quería alcanzarla?
Siguió corriendo, mientras pensaba en cómo escapar, corriendo y corriendo —aunque un dolor agudo le punzaba el costado izquierdo, bajo las costillas—, cuando descubrió una puerta abierta y se escabulló lo más rápido que pudo.
Es el sótano del almacén de Pedro, reconoció al bajar los primeros escalones.
Una vez abajo, se detuvo a tomar aliento. Y miró atrás: el… polvo, aquella masa asquerosa, seguía tras ella. La cosa ya dejaba atrás los primeros peldaños. Avanzaba más rápido que el monstruo —el monstruo, recordó ella. Ya no la aterraba el monstruo—. Vio cómo la masa lo envolvía lentamente, capa tras capa. Ahogándolo, seguro.
Se dijo que el polvo no tardaría en llegar al piso húmedo del sótano. Ahí se iría acumulando.
Y se detendría por fin.
Toneladas de aquella masa movediza se le meterían por la nariz, la boca, los oídos. Y ella no podría respirar, quedaría enterrada para siempre. Olvidada. Nadie sabría jamás que eso la había sepultado. Todo por culpa de aquel monstruo que tanto terror le había causado antes, antes de que apareciera el polvo.


2 comentarios:

  1. UNAS IMÁGENES INMENSAMENTE CREADAS!!!. TREMENDÍSIMO SU TRABAJO.
    UN ABRAZO

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  2. Un cuento muy visual. Siento al monstruo tras de mi, al polvo sepultando cada parte de mi ser. Genial.

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