Cambio de caja (cuento para chicos y grandes), de Claudia Cortalezzi

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Yo sé que los chicos de vez en cuando agarran algún juguete olvidado. Sin embargo, estoy perdiendo las esperanzas de que Leandro vuelva a jugar conmigo.
Estuve viendo las cosas que le regalaron para su cumpleaños, la semana pasada. Entre la enorme montaña de robots, monstruos y video games, sólo había un juego de mesa. Un juego de mesa moderno, no un clásico como yo. Es uno de esos que ocupan toda la mesa, que viene con fichas de diferentes formas y tamaños, con dados que hacen ruido como si tuvieran algo en el interior, y tablero con sirena. Un flor de juego en el que pueden participar hasta seis jugadores, y no solamente dos, como conmigo. Por un momento, yo, un simple juego de damas, me sentí Woody de Toy Story cuando apareció Buzz Lightyear sobre la cama de Andy. No pensé que ese sentimiento pudiéramos tenerlo los juegos de mesa, siempre creí que era exclusivo de los muñecos. Sin embargo, a pesar de semejante majestuosidad, Leandro apenas lo miró.
Fue tanta la cantidad de regalos que mi dueño recibió en su cumpleaños, que, al día siguiente, su madre comenzó a hacer la tan temida limpieza de juguetes.
Primero nos tiraron a todos en el piso del cuarto de Leandro.
Después apareció ella con una caja gigante que acomodó a un costado; luego salió y volvió a entrar con otra caja del mismo tamaño, que ubicó al lado de la anterior.
Leandro le alcanzó la cinta scotch, y su madre rotuló las cajas. A una le puso: juguetes para regalar, a la otra: juguetes para tirar.
Yo me di cuenta de que estaba temblando, me pareció que mi tablero y mis fichas crecían dentro de mi caja y ésta ya no podía ocultarme. Las fichas negras se chocaban entre sí haciendo tanto ruido que no podía evitar lo peor: llamar la atención.
La mamá de Leandro levantó un juguete y dijo:
—¿Robot transformer? ¿Qué hacemos?
—Está roto —contestó Lea—. Tiralo.
¡Qué dolor! ¡Tirar un juguete es terrible!
La mujer alargó la mano hacia mi lado y agarró a mi amigo, el avión amarillo, a quien apenas pude verle la cara y hacerle un gesto de despedida.
—¿Avión a control remoto? —sonó la voz.
—Para regalar —fue la sentencia de Leandro.
Yo no lo podía creer. ¡Leandro, mi Leandro, el que se había pasado horas jugando conmigo y con su avión a control remoto amarillo, pensaba regalarnos!
Luego reflexioné. Yo no soy un avión a control remoto, ni un muñeco, ni un juguete. Soy un juego, que es muy distinto. Y tengo mi historia: antes era de Juanita, la hermana de Leandro, que ahora tiene quince años y ya no juega más que con maquillajes. Quizás me salvara de la condenación.
Por suerte, Leandro y su madre dejaron la tarea de ordenar y seleccionar a sus víctimas.
—Mañana seguimos —dijo la mujer, cerrando la puerta.
Mis fichas volvieron a reacomodarse. Por el momento el susto había pasado.
Cuando empezó a oscurecer y alguien encendió la luz del pasillo, supe que el día había terminado. Tenía mucho en qué pensar: tal vez aquella fuera mi última noche en esa casa o mi última noche a secas.
Me puse a recordar mi pasado.
Yo había permanecido arrumbado en el sótano desde hacía tanto tiempo que el polvo que cubría mi caja empezaba a pesarme. Alguien entró en ese sucucho oscuro. Las voces eran alegres, desconocidas.
Pronto supe que eran Juanita y su abuelo. Ella era una nena todavía, no pasaba de los 6 ó 7 años.
Revolvieron todo.
De golpe una mano se posó sobre mi caja.
—¿Y esto? —dijo el abuelo.
—No sé —contestó Juanita—. Vamos, abue, que acá está muy oscuro.
Me llevaron con ellos.
Yo estaba tan emocionado por el rescate que hasta conté los peldaños de la escalera. Eran quince, todavía me acuerdo.
En la cocina, limpiaron mi tapa y me abrieron. Vi al abuelo, a Juanita y a su madre que llevaba un bebé en brazos (era Leandro).
—¿A ver qué tenemos por acá? —decía la voz del abuelo mientras me examinaba con cara de experto poniendo una de mis fichas a la altura de su mirada—. Esto es una reliquia. Mirá, Alberto —le dijo al padre de Juanita y Leandro, que acababa de entrar—. Las fichas blancas indudablemente son de marfil.
—¿De marfil? Yo siempre pensé que eran de plástico.
—No, hijo. Mirá la veta. Y las negras parecen ser de ébano —al abuelo le brillaban los ojos como a un chico que acaba de descubrir un tesoro.
Yo me sentía un rey. Había dejado de ser un simple juego de damas para convertirme en una reliquia. Y eso era algo que nadie podría quitarme.
Poco después, Leandro me comió la punta del tablero.
En un instante el recuerdo se esfumó. Me pareció oír que Leandro le contestaba a su madre que el juego de damas iba a parar a la basura porque alguien le había mordido la oreja del tablero. ¡Él mismo se había deleitado masticándome!
Pero yo tenía esperanzas de que alguien jugara conmigo una vez más.
Debe haber sido por el ataque de pánico que decidí emprender mi más grande hazaña. Y esa fue mi perdición.
Levanté un poquito la tapa de mi caja dejando una hendija para mirar a mi alrededor. Todos dormían, Leandro y los demás juguetes. Vi el juego de mesa nuevo, estaba destapado y totalmente dormido.
Abrí del todo mi tapa y fui a vaciar la caja de aquel juego nuevo, plasticudo y ruidoso que de reliquia no tenía nada. Acomodé sus estúpidas piezas dentro de mi caja —debo admitir que me costó bastante guardarlo porque la mía era más pequeña—. Después trasladé, una a una, mis fichas hasta su caja y así logré introducirme. La tapé y esperé adentro hasta que la mamá de Leandro volviera al cuarto de su hijo para terminar con la selección de juguetes. Me quedé dormido hasta que se hizo de día.
Como a media tarde, la mujer reanudó su tarea.
—¿Juego de mesa nuevo? —preguntó.
Yo contenía la respiración.
—Para regalar —escuché decir a Leandro—, es aburridísimo.
Desde adentro de la caja equivocada, sentí que me levantaban y me acomodaban en la otra caja, esa más grande de juguetes para regalar.
Una vez que me dejaron quieto, levanté mi tapa para mirar alrededor: pude ver al avión a control remoto amarillo casi cubierto por una vieja pelota de cuero.
—Espero que vayamos a parar a la misma casa—, me dijo el pobre desde el fondo. Y no sé que más decía, porque en ese momento volví a oír la voz de la madre de Leandro:
—¿Juego de damas?
Paré la oreja para saber cuál hubiera sido mi destino si me hubiese quedado en mi caja original. Leandro dijo:
—Lo guardamos para cuando venga el abuelo. A él le encanta jugar a las damas y me contó que a su juego se le perdió una ficha negra.
Poco después, todo era oscuridad: habían cerrado la caja de juguetes para regalar.

“Cambio de caja”, de Claudia Cortalezzi, obtuvo una mención de honor concurso de cuentos para niños AUDEPP 2006, en Uruguay. (En este concurso no hubo premiados, sólo dos menciones).

6 comentarios:

  1. ...traigo
    sangre
    de
    la
    tarde
    herida
    en
    la
    mano
    y
    una
    vela
    de
    mi
    corazón
    para
    invitarte
    y
    darte
    este
    alma
    que
    viene
    para
    compartir
    contigo
    tu
    bello
    blog
    con
    un
    ramillete
    de
    oro
    y
    claveles
    dentro...


    desde mis
    HORAS ROTAS
    Y AULA DE PAZ


    COMPARTIENDO ILUSION
    ACOMODANDO PALABRAS

    CON saludos de la luna al
    reflejarse en el mar de la
    poesía...


    AFECTUOSAMENTE : OS DESEO UNAS FIESTAS ENTRAÑABLES 2010- Y FELIZ AÑO 2011 CON TODO MI CORAZON….


    ESPERO SEAN DE VUESTRO AGRADO EL POST POETIZADO DE ACEBO CUMBRES BORRASCOSAS, ENEMIGO A LAS PUERTAS, CACHORRO, FANTASMA DE LA OPERA, BLADE RUUNER Y CHOCOLATE.

    José
    Ramón...

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  2. Muchas gracias, José ramón.
    Que tengas un buen 2011.

    Claudia

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  3. Claudia que bello cuento, me encanto. tiene ternura y bien lo dices, es un cuento para grandes y chicos.

    (Nos conocimos en la cena de TC&C)

    ¡¡Feliz Año 2011, que se cumplan tus sueños!!

    María Rosa

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  4. ¡Muchas gracias, María Rosa!
    Claro que me acuerdo de vos. Un placer.

    Que tengas un muy buen 2011.
    Beso

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  5. Enhorabuena por la mención de honor, el cuento lo merece, tiene ternura, nostalgia, intriga, aventura, y al final, al final no lo cuento por si acaso, que lo lea todo el mundo.

    Un saludo indio

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  6. Debe tenerse una gran sensibilidad para escribir para los niños

    Te felicito

    Un saludo desde Medellín

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